La dama de blanco y negro

Pocas son las emociones que se comparan al abrazo de gol. La descarga de adrenalina perfecta, el momento preciso, el furor de la situación. Todo esto ocurre gracias a ella: La pelota, la más caprichosa de todas las mujeres, quien decide al mejor estilo de emperador romano si el mundo es feliz o no. Más de una vez la he visto entrañar romances con los pilares del castillo del cancerbero, dejando atónitas a un centenar de almas, que por un segundo sostienen el último suspiro previo al desenlace de una jugada. Y es que aquí nada esta dicho. El mundo se paraliza, los corazones se agitan, todo se olvida, al punto que inclusive me ha tocado recibir abrazos de completos desconocidos eufóricos por un gol. Pero cuál es la magia que posee esta señora? a que se debe que tenga tantos admiradores en el mundo? Podría nombrar a Charlize Theron o Mónica Bellucci como portaestandartes de la belleza femenina, sin embargo ninguna de las dos puede cautivar simultaneamente a tantos hombres y lograr ese efecto mágico, casi hipnótico, de seguirla con la mirada fija durante noventa minutos. La reina del gramado posee esa mística que hace a más de uno perder la cabeza. Recuerdo en mi infancia cuando recién la conocí, fue amor a primera vista. La seguía de cerca, la miraba, era fascinante. Me maravilla con cada cosa que hacíamos juntos. Su gracia para moverse, su elegancia digna de los bailes ofrecidos por la realeza británica desataban en mi un cien numero de emociones. Enérgica a veces, sutil en tantas otras, dejaba guiarse, siempre que recordara una de las frases que aún me saca una sonrisa; dicha por mi padre: a la pelota se la debe tratar como a una mujer, con sutileza. Definitivamente estaba en lo correcto. Tantas lágrimas me saco! El coraje, la desilusión, más de una maldición dije al querer imponerme a su inconmovible voluntad. Es así de sencillo, y el día que ella no quiere darnos alegría, simplemente no la da. Pero no todo es tristeza, es una historia hermosa, digna de los mejor escritores: gladiadores del presente que luchan por conquistar su amor, por brindar alborozo a la gente; claro siempre y cuando su majestad así lo desee.